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Opinión

Llueve en el corazón... llueve en el alma

— Hugo Sánchez

LUNES 18 DE MAYO DE 2020

De golpe nos encontramos en una situación complicada y desconocida. El virus nos arrasa y debemos actuar día a día para ir conociendo las posibilidades de sobrevivir a la pandemia. Y cada uno desde su lugar, debe afrontar la coyuntura para mantenerse enhiesto e ir superando los escollos que aparecen en el camino. Escollos que tienen que ver con la salud primero y con la economía después, o "juntos a la par" al decir del gran Pappo.

Seguramente que cuando esto pase (no sabemos cuándo, ojalá que sea pronto), deberemos adoptar hábitos diferentes, cambiar posturas que hasta ahora parecían inalterables. Habrá un mundo diferente para todos. Tendremos que acostumbrarnos.

Sin embargo y entendiendo que las razones prioritarias tienen que ver con el cuidado de nuestra vida y de nuestra economía, quienes convivimos con lo relacionado a la pasión y al corazón de un juego sentiremos, al menos al comienzo, una sensación de vacío. De algo que se trastoca y cambia la esencia de ese juego. Todo, o casi todo, es más importante que el fútbol (de ese juego hablamos). Pero en la misma nimiedad de ese deporte se resguardan la pasión y el alma, que coexisten para reflejar un estado de ánimo diferente.

¿Cómo acostumbrarnos a los estadios vacíos y la pelota rodando en el campo de juego? Qué vivencia diferente para los propios jugadores, que harán su juego con el silencio existencial de las tribunas como fondo. Si hasta cada pedido a un compañero dejará de tener la intimidad que le ofrece el griterío tribunero. El "cubrí allá", el "picá que le ganás" o el "rechazá que te encima", pasarán a ser testimonios que rebotarán como en un parlante en todo el estadio.

El estentóreo grito de gol, a boca abierta, se diluirá en un festejo cuidadosamente tenue, que toma previsiones incuestionables que se ubican dentro de un protocolo necesario. El gol acartonado. El gol aplacado en su propia esencia. El virus obliga a ello.

Cómo imaginarnos una tarde o noche de fútbol, sin los condimentos que rodean al espectáculo. Sin el andar de los hinchas, vestidos con los colores de su club, tratando de buscar su lugar en la tribuna. Sin el canto tribunero que se hace melodía permanente antes de cada encuentro. Sin el aroma del choripán que se desgrasa en la parrilla y se transforma en un bocado preciado para cualquier paladar. Elementos que parecen triviales pero que al no tenerlos nos ubicarán en una realidad desacostumbrada y no deseada.

Me pregunto: ¿Cómo transmitiremos nosotros los periodistas esa ausencia de pasión? ¿Cómo reflejaremos esa realidad futbolera vacua, sin la existencia generadora de un estado de ánimo especial, que en definitiva nos embarga a todos? Quizás para muchos suene exagerado lo que pienso. Y puede ser. A lo mejor mi amor por el fútbol me hace pensar así. Y sí. A veces el amor es exagerado.

John Carlin, un escritor y periodista británico, escribió en una de sus columnas, que el "fútbol mentira" volvió antes (este fin de semana en Alemania). Y fue tajante: "No me excita demasiado. Fútbol sin público es sexo con máscaras y guantes de goma". Adhiero totalmente a los dichos de Carlin. Pero por ahora no hay otra opción.

Debemos aguantar un tiempo más, el virus gana. Seguramente, en un futuro, las canchas llenas marcarán la victoria contra la pandemia. Serán el símbolo del triunfo. Mientras tanto el alma y la pasión futbolera descansan obligadamente. Pero debemos mantenernos optimistas, Porque renunciar a la pasión es como desgarrar una parte del corazón.

El gran Mario Benedetti, con su pluma contundente, expresó: "Cuando llueve en el corazón... llueve en el alma".

Así de simple y verdadero.

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