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¿Y por qué no crear nuestro Salado Valley?

— Javier Martín

LUNES 09 DE NOVIEMBRE DE 2020

El "Silicon Valley" (o Valle del Silicio) es un espacio geográfico de un enorme dinamismo empresarial que abarca la parte sur de la bahía de San Francisco, incluyendo a las ciudades de Palo Alto, Mountain View, Redwood City, Cupertino y Sunnyvale, entre otras. Originalmente la denominación de Silicon Valley se relacionaba con el gran número de fabricantes de chips de silicio establecidos allí, pero a la postre terminó haciendo referencia a la meca de los innovadores y emprendedores de alta tecnología que se fueron localizando en la zona.

Resulta llamativo que toda esa región fuera una zona agrícola por excelencia hasta que los Stanfords, una acaudalada familia de empresarios ferroviarios, crearon la Universidad de Stanford en 1891.

A lo largo de su historia, dicha universidad ha ayudado a transformar ideas en oportunidades de negocios, fomentando la innovación, formando recursos humanos calificados, actuando como una usina de inventos, un espacio físico y mental donde florece la innovación científica con orientación empresarial. De hecho, la primera experiencia de una incubadora de base tecnológica fue, precisamente, promovida por la Stanford University en el Silicon Valley. En ese sentido, sin las sinergias generadas por Stanford, Silicon Valley nunca hubiera existido. 

La evolución de la región del Silicon Valley es fascinante. En la década de 1930 William Hewlett y David Packard crearon su empresa para producir osciladores de audio. En 1946 se fundó el Stanford Research Institute, de donde salieron el módem, el mouse y cientos de inventos más. En la misma época, en Palo Alto se crea el ENIAC, la primera computadora electrónica y en 1950 IBM se instala en la región. En 1970 Xerox funda el PARC (Palo Alto Research Center), en 1971 se crea Intel, Atari en 1972 y Apple en 1976. Con la expansión de la computación personal, en 1982 se instalan Sun Microsystems y Adobe; y en los ‘90, junto con la explosión de Internet, la radicación de nuevas empresas se multiplica por cien.

Hoy en día, funcionan más de 6.200 empresas y start ups en la región del Silicon Valley. Entre otras, se encuentran las sedes de Apple, AMD, Adobe, Cisco, Oracle, Symantec, Sun Microsystems, 3Com, Google, Yahoo, eBay, etc.

Salado Valley 

Recostada geográficamente sobre el valle del río Salado, la gran región metropolitana de Santa Fe abarca a más de 22 ciudades y comunas, o a más de 40 si incluimos desde Paraná en el Este hasta Esperanza, Rafaela y Sunchales en el Oeste. En términos de población, estamos hablando de más de un millón y medio de habitantes localizados en un radio de 100 a 150 kilómetros. Existen numerosas escuelas técnicas e institutos de formación, además de un gran número de universidades como la UNL, UTN, UCSF, UNR, entre otras. Contamos con un amplio sector de ciencia y tecnología, con institutos como el CONICET, CERIDE, INTI, INTA, además del Parque Tecnológico Litoral Centro que actúa como incubadora de empresas del sector científico-tecnológico. También tenemos varios parques y áreas industriales, como el de Sauce Viejo y Los Polígonos I y II en Santa Fe, un Foro de Capital para la Innovación, una aceleradora de empresas de base científico-tecnológica en Santa Fe y otra en Sunchales. Por último, pero no por ello menos importante, existe en esta región un sector productivo potente y diversificado que genera un importante PBI industria junto a una variada producción agrícola-ganadera.

Haciendo un análisis comparativo con el Silicon Valley, se podría decir que contamos con varios de los elementos que caracterizan aquel enclave de innovación empresarial.

Sin embargo, nos falta mucho para que nuestra región alcance el desarrollo científico, tecnológico y económico observado en el Silicon Valley. 

La pregunta, entonces, sería: ¿por qué no podríamos generar nuestro propio Salado Valley? 

Innovación en las pymes como motor de la productividad. 

Como se mencionó, nuestro amplio sector productivo es diversificado con productos agroindustriales, alimenticios, metalúrgicos, químicos, madereros y cientos de otros rubros más, como así también una amplia industria basada en el conocimiento, desarrollo de software y demás TIC’s. 

A pesar de ello, estamos lejos de alcanzar un nivel tecnológico de avanzada en todas las ramas de actividad. El sector productivo en general, y las pymes en particular, necesitan incorporar innovación científica y tecnológica en forma masiva para dar un salto de competitividad que nos permita incrementar nuestras exportaciones con valor agregado. A pesar de esa necesidad, la vinculación entre los sectores productivos y los científicos y tecnológicos no está todavía desarrollada en plenitud. Pareciera existir un conservadurismo en nuestras pymes que termina erigiéndose como una barrera cultural para la innovación y la adopción de nuevas tecnologías que potencien la productividad.

Innovación científica con orientación empresarial. 

Por otro lado, los organismos del campo de la ciencia producen conocimiento y generan importantes papers, aunque no siempre orientados a producir innovaciones empresariales. Existen muchos esfuerzos para la generación de conocimiento básico, pero no los suficientes para traducir aquellos desarrollos en nuevos productos y procesos empresariales. Es más, en general, el sistema de promociones vigente en el sector científico recompensa la generación de papers y de conocimiento básico, más que su conversión en innovaciones en el campo productivo. Ello deriva en que innumerables innovaciones potenciales que podrían generar importantes saltos de competitividad nunca lleguen a concretarse en nuevas patentes, tecnologías innovadoras, nuevos productos o procesos empresariales. 

Innovación y emprendedores universitarios. 

En el campo de la educación se invierten recursos extraordinarios en los distintos niveles y podemos afirmar que contamos con una oferta universitaria de primer nivel. Sin embargo, el porcentaje de nuevos emprendedores que salen de las universidades es ínfimo comparado con los jóvenes que se gradúan año a año. Es más, en muchas facultades para graduarse se les exige a los estudiantes una tesis o trabajo final que, normalmente, después de su presentación y defensa termina en la biblioteca de la facultad, desperdiciando la oportunidad de convertirse en un nuevo proyecto productivo. Y esta falta de nuevos emprendedores es, quizás, una de las principales diferencias con respecto al fenómeno del Silicon Valley. Allí, el ecosistema se basa en la cultura emprendedora donde es más importante “hacer” que “equivocarse”, transformar ideas en proyectos, sueños en realidades.

La pregunta que cabe es: ¿cómo puede ser que dentro de los miles de trabajos de graduación que se preparan cada año no sea posible identificar 5, 10 o 100 nuevos proyectos de base científico-tecnológica que sean susceptibles de incubación o aceleración con las herramientas que ya existen? 

Creo que la situación sería completamente diferente si cada uno de los miles de recién graduados pensara en su trabajo final como el embrión de su futuro proyecto productivo. Y las oportunidades perdidas son mayores aún si consideramos que por cada uno de esos nuevos emprendimientos potenciales se generarían puestos de trabajo adicionales, directos e indirectos, que requerirían más profesionales y servicios calificados, lo que en última instancia generaría una demanda creciente y derramaría beneficios a toda la región, creando un círculo virtuoso de crecimiento con desarrollo social ascendente.

Innovación y creación de valor. 

La innovación científica con orientación empresarial genera conocimiento aplicado, nuevos productos, nuevas patentes y licencias, nuevas tecnologías, en fin, nuevos negocios donde lo que se comercializa es el conocimiento, el valor agregado. Y esa es la gran batalla que debemos luchar hoy en día. Nuestra región, nuestra provincia y nuestro país requiere incrementar el valor agregado de su producción para expandir sus exportaciones como fuente genuina de las divisas que el crecimiento económico demanda.

Como lo ha hecho la Stanford University, debemos promover la investigación científica con orientación empresarial, ayudando a transformar ideas en oportunidades de negocios, fomentando la innovación. 

Innovación y políticas públicas. 

Tanto en el Silicon Valley como en los otros centros de innovación tecnológica mundial es posible observar un patrón muy marcado: tales enclaves han sido capaces no solo de incorporar progreso tecnológico a sus aparatos productivos, sino de apropiarse de los frutos de ese progreso tecnológico a través de una fuerte intervención del estado para incentivar el desarrollo de aquellos sectores y actividades que agregan más valor, demandan empleo más calificado y multiplican e irradian la productividad a otros sectores de la economía. Es decir que, además del empuje innovador privado, existieron políticas públicas activas para la generación local de progreso tecnológico mediante incentivos fiscales y la financiación de proyectos de innovación en forma directa o indirecta por el estado. Prueba de ello son las innumerables innovaciones financiadas por el gasto público en empresas privadas o en universidades, investigaciones con fines militares, aeronáuticos, navales y espaciales, y que terminaron transformándose en el embrión de la mayoría de las tecnologías que luego derramaron hacia las aplicaciones civiles y privadas. Basta solo pensar en los ejemplos más básicos, como ser internet, navegación satelital, inteligencia artificial, algoritmos de reconocimiento de imágenes, pantallas táctiles y flexibles, materiales no convencionales, baterías de nueva generación, etc., todos ellos originados en la innovación tecnológica financiada a través del gasto público inteligente.

Innovación y clase dirigente. 

Tenemos universidades con niveles de excelencia donde se gradúan miles de estudiantes cada año, tenemos institutos de investigación científica y una de las más altas tasas de investigadores por habitante del país, tenemos foros de capital y aceleradoras, tenemos parques industriales y tecnológicos, y tenemos un sector productivo que demanda innovaciones. Sin embargo, con todo para ser como el Silicon Valley, estamos hoy lejos de parecernos siquiera.

Entiendo que existe una responsabilidad dirigencial ineludible y que explica en gran parte la enorme diferencia entre nuestra realidad y el desarrollo mostrado por el Silicon Valley. Pues no basta con tener las herramientas, lo importante es utilizarlas inteligentemente. 

Si no lo hemos hecho hasta ahora, no es razón para bajar los brazos. Por el contrario, tenemos que trabajar en la gran mesa de la innovación para la transformación de nuestra región en un gran Salado Valley. Una mesa compuesta por cuatro patas fundamentales: el sector productivo, el sector científico-tecnológico, las universidades y el estado inteligente. Y en esa mesa, la clase dirigencial de las cuatro patas tiene la enorme responsabilidad de generar las sinergias que este gran desafío demanda, de tal manera de que cada sector cumpla su rol indelegable en el marco de un proyecto regional: crear nuestro propio Salado Valley. 

Si no lo hacemos, habremos desaprovechado una oportunidad inmejorable. Y nuestros hijos, y los hijos de nuestros hijos, tendrán todo el derecho de reclamarnos por tal fracaso.

Por Javier Martín, ex presidente de la Unión Industrial de Santa Fe

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