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Alemania y el mundo se despiden de Merkel

Angela Merkel dejará la cancillería alemana tras 16 años de gobierno. El vacío que queda dentro y fuera de su país será difícil de llenar.

— Mariano Yakimavicius

JUEVES 30 DE SEPTIEMBRE DE 2021

Antes de culminar su gobierno, Barack Obama ungió públicamente a Angela Merkel como su relevo en el papel de defensora del mundo libre. Preveía que Donald Trump no cumpliría ese rol y Emannuel Macron aún no había sido elegido presidente de Francia. El denominado “mundo libre” no contaba con otro liderazgo que no fuera el de la canciller germana.

La característica distintiva de Merkel ha sido su austeridad. Sus modales, su aspecto y su conducta obedecen a una ética protestante que siempre mantuvo con destacable coherencia, especialmente si se la compara con el conjunto de la dirigencia política global. Esta característica nunca constituyó un obstáculo para gobernar. En una época caracterizada por el exabrupto y la espectacularidad de los gobernantes, Merkel hizo de la austeridad un capital político que los políticos y las políticas occidentales deberían analizar en detalle.

Merkel dejará el poder en breve, apenas se conforme la nueva coalición partidaria que gobernará Alemania durante los próximos cuatro años. Dejará un país transformado, un modelo de democracia representativa moderna que funciona y que despierta confianza. Todo eso con un 66 por ciento de popularidad a pesar de la pandemia y con la cruda sensación de que ningún liderazgo occidental está a su altura.

Fragmentación e incertidumbre

Alemania es importante para el mundo por varias razones, aunque es recomendable recordar al menos dos de ellas. Es la cuarta potencia económica mundial, y constituye -junto a Francia- el motor del mayor bloque comercial mundial: la Unión Europea (UE). La estabilidad política alemana repercute, en definitiva, en todo el mundo.

Los comicios del domingo pasado dejaron como saldo dos datos inquietantes. El primero es que los resultados revelaron un país profundamente fragmentado, hecho que podría dificultar el armado de la nueva coalición de gobierno. El segundo es que, tras los 16 años de estabilidad de Merkel, Alemania se enfrenta ahora a una etapa de incertidumbre.

Las dos principales fuerzas políticas del país que aun cogobiernan a través de la denominada “Gran Coalición”, la conservadora Unión Cristiano Demócrata (CDU) y el Partido Socialdemócrata (SPD), terminaron la elección con una diferencia de apenas 1,6 por ciento de los votos a favor de los socialdemócratas.

Los candidatos de los dos partidos se presentan de alguna manera como sucesores naturales de Angela Merkel, aunque está claro que ninguno convence demasiado a los alemanes. El socialdemócrata Olaf Scholz, actualmente vicecanciller, obtuvo el 25,7 por ciento de los sufragios, mientras que el correligionario conservador de Merkel, Armin Laschet, obtuvo el 24,1 por ciento.

Los otros dos partidos relevantes para conformar una coalición de gobierno son el Partido Verde, que obtuvo el 14,8 por ciento de los votos, y el Partido Liberal, que alcanzó el 11,5. Un poco más atrás quedaron la ultraderechista Alternativa para Alemania (AfD) con 10,3 puntos porcentuales y la extrema izquierda con 4,9. Nadie quiere negociar con ellos. Al menos por ahora.

La dispersión del sufragio es significativa, aunque también es cierto que en Alemania difícilmente se conoce la conformación del nuevo gobierno inmediatamente después de las elecciones. Sólo una vez que se cuentan los votos y se sabe qué tan fuertes son los partidos en el Parlamento, comienza el proceso de negociación para formar una coalición capaz de gobernar. Lo complejo de la situación actual es que, con tal nivel de fragmentación, el proceso negociador podría durar meses, profundizando así la incertidumbre política y económica dentro y fuera de Alemania.

Coaliciones alternativas

Pese a que los socialdemócratas obtuvieron el primer lugar, eso no garantiza que gobernarán. Tanto el SPD como los conservadores anunciaron que quieren liderar una coalición. Esto significa que el foco de atención se posa en los eventuales socios minoritarios, los ecologistas verdes y los liberales.

El Partido Verde no logró su objetivo principal que era ganar las elecciones cuando, hasta hace pocos meses, lideraba las encuestas. Sin embargo, mejoró su resultado en comparación con las elecciones de 2017.

Por su parte, los liberales también mejoraron su participación parlamentaria y, junto con los Verdes, lograron atraer votos jóvenes, especialmente votantes primerizos.

Son entonces estos dos partidos -que en conjunto suman más sufragios que cada uno de los grandes partidos tradicionales- los que determinarán cuál será la nueva coalición que gobernará al país y quién ocupará el lugar de Angela Merkel. Más aún, desde ambas formaciones han dado señales de que podrían negociar primero entre ellas y luego escoger con cuál de los dos partidos mayoritarios gobernarán. Esta situación sería novedosa para la política alemana.

Sin embargo, esas negociaciones no parecen ser tan sencillas. Los Verdes tienen más cercanía con los socialdemócratas, mientras los liberales han sugerido que preferirían gobernar con los conservadores.

Independientemente de quién lidere la nueva coalición, lo que parece evidente a esta altura es que el nuevo gobierno de Alemania estará formado por tres partidos y no como hasta ahora por la unión de los dos mayoritarios.

El vacío que deja Angela

En Alemania era habitual que los dos principales partidos atrajeran a diferentes grupos electorales y obtuvieran en las urnas un claro mandato para formar gobierno con aliados menores. En 2013, por ejemplo, Merkel y su bloque conservador ganaron con el 41,5 por ciento de los votos. En 1998, cuando vencieron los socialdemócratas de Gerhard Schroeder, lo hicieron con el 40,9 por ciento.

En estos últimos comicios, la CDU obtuvo su peor resultado desde el fin de la Segunda Guerra Mundial y el SPD alcanzó la vitoria electoral más débil en el mismo período.

Una de las explicaciones de este fenómeno sería que los candidatos no lograron convencer del todo a los votantes y que, además, tenían ante sí la difícil tarea de reemplazar a Merkel. La mayor parte del electorado hubiera preferido elegirla para un quinto período.

Encontrarse a la sombra de una líder tan significativa parece no haber ayudado a los candidatos y esto, a su vez, habría dificultado la decisión de los electores, que se enfrentaban al fin de una era política. Hay una generación entera que sólo conoce a Merkel como canciller.

Los conservadores particularmente tuvieron problemas para atraer votantes sin Merkel como la figura principal. Tampoco ayudó que el candidato Armin Laschet hubiera incurrido en varias equivocaciones durante la campaña.

El resultado electoral también estuvo relacionado con divisiones sociales, culturales y políticas propias del país. Por ejemplo, mientras los electores de mayor edad apoyaron a los partidos tradicionales, la mayor parte de los votantes menores de 25 años les dieron la espalda.

Cabe pensar entonces que el próximo canciller será posiblemente un gobernante de transición entre la “era Merkel” y la que vendrá. El problema con los gobernantes de transición es que generalmente no son asimilados como auténticos líderes, con todo lo que ello implica.

En los últimos años, emergieron en Occidente liderazgos calificables -al menos- como polémicos. Tal es el caso de Donald Trump, Jair Bolsonaro o Boris Johnson, entre otros. Joe Biden lleva solamente unos pocos meses de gobierno y se agendó un fracaso demasiado pesado en Afganistán.

La ausencia de Merkel ya hace sentir una extraña sensación de orfandad de liderazgo en Alemania y en el mundo.

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