Diciembre va desvaneciéndose y detenernos a mirar el recorrido pareciera ser una tarea inevitable. Es, por acuerdo tácito, tiempo de balances.
Revisar, evaluar, ponderar logros y supuestos fracasos nos embarca en una aventura en la que el naufragio suele ser el destino más próximo y seguro.
Lo hecho, lo logrado y lo aprendido sucumbe, desdibujándose hasta desaparecer bajo las garras despiadadas de la desilusión: de lo que no logramos resolver o de aquello que ni siquiera intentamos.
Pasan al debe proyectos malogrados y toda clase de infortunios transitados durante el año que se va.
Casi inmediatamente, un haber a estrenar se despliega en nuestra cabecita con el detalle exhaustivo de todo lo que seguramente lograremos en el año venidero.
¿Pensamiento mágico? ¿Esperanza ingenua? ¿Necesidad de subsistencia?
¿Quién puede saberlo?
Lo cierto es que ahí estamos, embarcadas en una carrera en la que las posibilidades de victoria parecen remotas.
Ahí estamos, sin darnos cuenta, haciendo uso y abuso de una arbitrariedad extrema: el calendario.
Como si la vida pudiera sujetarse y definirse en días y meses.
Como si lo que va a suceder —o aquello que no sucederá jamás— prestara atención a los brindis o a los fuegos artificiales que anuncian que “ahora sí” se viene lo mejor.
Resulta que no es así.
Que lo que sucede, sucede. Y no siempre conviene, pero sucede igual, más allá de la fecha que marque el almanaque.
Que, por más esfuerzo que pongamos, por más buena energía que irradiemos o intentemos atraer, hay circunstancias que se dan de un modo que no solo no hubiéramos elegido jamás, sino que ni siquiera imaginamos que pudieran existir.
Dolores, sinsabores, fallidos miles se suceden sin que podamos, a veces, darnos cuenta de cómo o en qué endemoniado instante ocurrieron.
Y cuando por fin logramos sacudirnos el polvo y comenzamos a salturrear por el valle de la fortuna, algún que otro diablillo vuelve a meter la cola.
De modo que disfrutemos, abracémonos, construyamos sueños nuevos sin ponernos fechas de vencimiento ni tiempos absurdos.
Que diciembre sea un tiempo de no balance y que los primeros momentos del año no nos dejen caer en la tentación de proponernos metas que, de inicio, están condenadas al fracaso. Menos calendario, menos cronos, más kairos.
Chin chin.