En Santa Fe, las elecciones de convencionales constituyentes, del pasado 13 de abril, mostraron un dato inquietante: una participación que apenas superó el 50% del padrón. Es un mensaje de la sociedad que no llegó en forma de voto, pero que habla, y fuerte.
Esta situación no es nueva, pero se agrava. Santa Fe es una provincia de peso político e institucional. Que apenas la mitad de sus ciudadanos se haya acercado a votar en una elección clave para el futuro constitucional de la provincia debería encender las luces rojas. No solo se trata de apatía. También hay desconfianza, desinterés y desencanto.
Ahora la pregunta que nos hacemos los comunicadores, que se hacen también sociólogos y consultores y que más aún debería inquietar a los dirigentes políticos es ¿Por qué la gente no va a votar?. Cuando uno lo consulta a los propios ciudadanos, la respuesta es: porque el voto no cambia nada. Porque la dirigencia discute más entre sí que con la sociedad. Porque la política se volvió una conversación de pocos, con lenguaje cerrado y con internas que le importan solo a los que las protagonizan.
La respuesta es incómoda, pero evidente: la política, tal como está, no está generando adhesión. La distancia entre la dirigencia y la sociedad es cada vez más grande, y se manifiesta en este nuevo abstencionismo, que no es sólo apatía, sino una forma de desafección. No es que la gente no entienda lo que se vota: es que no cree que importe. No cree que cambie algo. No cree que tenga sentido. No cree.
Los partidos, cada uno con su mochila. El peronismo, ensimismado, dividido en facciones, estuvo lejos de representar una alternativa fuerte. Habrá que ver si los efectos internos de la condena a CFK y las movilizaciones que tuvieron lugar estos días, significativas en varios puntos de la provincia, permiten vislumbrar un futuro mejor.
La coalición oficialista, si bien ganadora, enfrenta el riesgo de confundirse con su propio éxito y no aceptar que también hay una mayoría silenciosa que no la validó.
Los libertarios, que prometían renovación, no logran entusiasmar ni movilizar a un electorado preocupado por el contexto nacional.
El desafío para la clase política santafesina no debe ser solo ganar las elecciones del próximo domingo, sino recuperar el vínculo con la gente
Nadie capitalizó ese ausentismo. Nadie lo representó. Eso es todavía más grave: una porción importante de la ciudadanía sin representación, empieza a elegir el camino del “no voto” como forma de expresión.
La baja participación no es una anécdota estadística. Es un síntoma democrático. Santa Fe está a días de discutir su nueva constitución, de revisar su sistema político, de debatir el futuro institucional de la provincia. La pregunta es ¿Puede hacerse con la mitad de la sociedad mirando desde afuera?
El desafío para la clase política santafesina no debe ser solo ganar las elecciones del próximo domingo, sino recuperar el vínculo con la gente. Si no se habla claro, si no se escucha, si no se explica porque es importante participar, el riesgo no es sólo el abstencionismo: es la legitimidad.
En Santa Fe, el dato más importante de la última elección no está en quién ganó. Está en cuantos dejaron de jugar. Y ese vacío, tarde o temprano, alguien, o algo, lo llena.
El próximo domingo 29 de junio se verá si la actual dirigencia santafesina es capaz de revertir este proceso desalentador, o bien se profundiza esa tensión y las urnas vuelvan a hablar del desencanto.