Opinón

La rebelión moderada del interior

El “grito federal”, una articulación política entre cinco gobernadores, que podrían ser más, de distinto signo partidario que decidieron pasar del reclamo aislado a la acción coordinada.

Grito Federal. Los gobernadores Claudio Vidal, Ignacio Torres, Martín Llaryora, Maximiliano Pullaro y Carlos Sadir, lanzaron el frente electoral.

En la Argentina de los gritos, donde el volumen parece valer mas que la razón, esta semana se escuchó uno diferente. No salió de las redes sociales ni de los sets de televisión; tampoco vino de la calle. Surgió desde los despachos provinciales, se venía cocinando en silencio hace medio año, y ahora irrumpe con vacación de protagonismo. Se trata del “grito federal”, una articulación política entre cinco gobernadores, que podrían ser más, de distinto signo partidario que decidieron pasar del reclamo aislado a la acción coordinada.

El escenario fue una reunión en la Casa de Chubut en Buenos Aires. El gesto, fundacional. La intención, mas ambiciosa de lo que aparenta: construir un bloque político parlamentario que, desde las provincias, dispute poder frente a una Casa Rosada que gobierna con espíritu unitario y hostilidad hacia el federalismo. La foto mostró a Martín Llaryora (Córdoba), Maximiliano Pullaro (Santa Fe), Ignacio Torres (Chubut), Claudio Vidal (Santa Cruz) y Carlos Sadir (Jujuy), pero detrás hay algo mas profundo: una reconfiguración del tablero político nacional que no responde ni al Kirchnerismo tradicional ni al esquema libertario de Javier Milei.

La génesis de esta alianza no se encuentra en un episodio puntual, sino en una acumulación de tensiones. Desde hace seis meses, estos gobernadores comenzaron a reunirse discretamente, compartiendo diagnósticos: el ajuste de Milei no sólo es brutal, sino que apunta directamente al interior. No distingue entre provincias ordenadas y otras con déficits estructurales. Les corta fondos a todas por igual, sin negociar, sin explicar, sin acompañar. En ese contexto, el diálogo entre los gobernadores se fue fortaleciendo. Lo que empezó como un intercambio técnico, mutó en articulación política.

El hartazgo es transversal. Y eso es, en parte, lo que vuelve interesante esta confluencia: no es una liga peronista, ni un bloque radical, ni una defensa sectorial del norte o el sur argentino. Es una alianza basada en necesidades concretas y en una misma frustración: el desprecio que el Gobierno nacional manifiesta hacia las provincias y sus instituciones.

En ese armado, tres figuras aparecen con especial protagonismo. Maximiliano Pullaro, desde Santa Fe, aporta un perfil joven, radical, de buena relación con el empresariado y con vínculos sólidos en el Congreso. Pullaro está convencido de que el radicalismo no puede ser furgón de cola de Milei ni desaparecer bajo la sombre del PRO. Cree en la construcción de un espacio federal donde el interior productivo tenga voz propia. Sabe que la clave está en articular sin someterse, y que el diálogo con Córdoba, parte del sur y norte del país, le abre un horizonte nacional impensado hace un año.

Martín Llaryora, gobernador de Córdoba, está decidido a proyectar el cordobesismo como fuerza nacional. Su alianza Con Juan Schiaretti le garantiza experiencia, redes y volumen político. Llaryora busca mostrarse como un dirigente moderno, moderado y con capacidad de gestión, una alternativa al dogmatismo libertario y a los excesos del peronismo kirchnerista.

El “grito federal” quiere romper con la falsa dicotomía entre el estatismo kirchnerista y el anarcocapitalismo mileísta

El tercero en escena es Juan Schiaretti, ya sin responsabilidades ejecutivas, pero con la misma vocación de influencia. Nadie tiene mas claro que él como se construye poder desde una provincia sin perder autonomía. Su presencia silenciosa, pero estratégica, es clave para dotar de densidad institucional a este nuevo espacio. No será candidato a todo, pero tampoco se retiró: hoy, es el consejero que muchos escuchan.

El “grito federal” no se agota en una bancada parlamentaria. Tampoco es solo un espacio de coordinación coyuntural. Sus impulsores lo ven como el germen de una fuerza política mas amplia, que pueda competir en las legislativas de octubre con identidad propia. Su narrativa se apoya en una defensa activa del federalismo, pero también en un discurso económico moderado, una reivindicación de la obra pública estratégica, del equilibrio fiscal con desarrollo y de un estado nacional que acompañe, no que castigue.

En otras palabras: quieren romper con la falsa dicotomía entre el estatismo kirchnerista y el anarcocapitalismo mileísta. Saben que hay una porción del electorado, que no se siente representada por ninguno de esos extremos. Provincias como Córdoba y Santa Fe, con casi 13% del padrón electoral nacional entre ambas, pueden ser la base de un nuevo frente federal, urbano, productivista y huérfano de representación clara.

Paradójicamente, el Gobierno nacional ha hecho mas por esta alianza que sus propios protagonistas. Con cada transferencia cortada, con cada obra pública abandonada, con cada subsidio eliminado sin reemplazo, con cada exabrupto tuitero, el presidente Javier Milei empujó a estos gobernadores a organizarse. Su desprecio por el federalismo, su falta de diálogo institucional y su convicción de que las provincias deben “arreglárselas solas” no solo deterioraron la gobernabilidad cotidiana, sino que fertilizaron la necesidad de una respuesta política.

Ninguno de estos mandatarios es “anti-Milei” por reflejo. Todos acompañaron al Gobierno en varios tramos. Votaron leyes, enviaron diputados, se sentaron a negociar. Pero el desgaste fue acumulativo, y en algún momento la paciencia se agotó. Ahora, la apuesta es construir algo distinto. No por ideología, sino por necesidad.

Nada garantiza que este frente prospere. La heterogeneidad política de sus integrantes puede ser una fortaleza o una trampa. ¿Cómo se traducirá esta alianza en las provincias gobernadas por partidos que compiten entre sí? ¿Cómo se ordenarán las candidaturas si cada territorio tiene sus propios liderazgos?

Tampoco es menor el desafío discursivo: deben lograr que el mensaje federal no suene a quejas de las provincias, sino una propuesta sólida de organización institucional. Deberán mostrar gestión, resultados concretos, capacidad para articular con sectores productivos y con legisladores nacionales que hoy deambulan sin conducción clara.

Pero lo cierto es que, con todos sus límites, el “grito federal” ya dejó de ser una idea en el aire. Es un hecho político. Y como todo hecho político relevante en la Argentina, empieza en las provincias, pero que puede terminar marcando el rumbo nacional.

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