El sábado 11 de octubre, Pablo Laurta, asesinó a su expareja, Luna Giardina, de 24 años, y a su madre, Mariel Zamudio, dentro de su vivienda en Villa Serrana, Córdoba.
Tras el doble femicidio, secuestró a su hijo de 5 años y huyó hacia Uruguay, pero fue detenido este domingo en la ciudad de Gualeguaychú, Entre Ríos, mientras intentaba cruzar la frontera. El menor fue encontrado en buen estado de salud.
El caso conmocionó a la sociedad y puso nuevamente en evidencia la gravedad de la violencia machista y los riesgos de los discursos de odio que normalizan la agresión hacia mujeres e infancias.
La violencia como continuidad de un relato ideológico
Laurta no solo actuó como agresor físico, su vida y sus redes muestran cómo construyó un relato para victimizarse y justificar su ejercicio de la violencia. Era uno de los fundadores de “Varones Unidos”, colectivo digital que se presenta como un movimiento por la “igualdad entre los sexos” y la defensa de los derechos de las masculinidades heteronormativas.
De los encuentros solían participar referentes libertarios como Agustín Laje y Nicolas Marquez, ambos voceros de construcciones basadas en el odio hacia las mujeres y las disidencias.
Sin embargo, puede observarse claramente que desde este espacio sus miembros promueven discursos machistas, negacionistas de la violencia de género y teorías conspirativas contra las mujeres.
En ese sitio, Laurta responsabilizaba a su expareja y a la justicia por supuesta “discriminación hacia los hombres”, construyendo una narrativa que lo situaba como víctima. Para especialistas, estas plataformas normalizan y legitiman la violencia, contribuyendo a la radicalización de conductas extremas, como ocurrió en Córdoba.
Denuncias previas ignoradas
Antes del crimen, Luna Giardina había denunciado violencia de género: abusos físicos y sexuales, control coercitivo y amenazas. Relató que Laurta la manipulaba, la aislaba y la obligaba a mantener relaciones sexuales contra su voluntad. La joven había regresado a Córdoba con su hijo buscando protegerse, pero sus advertencias.
El caso demuestra cómo la violencia machista puede escalar cuando los discursos de odio y la cultura patriarcal minimizan la palabra de las mujeres y legitiman a los agresores.
El riesgo de los discursos de odio
“Varones Unidos” y espacios similares muestran cómo el extremismo ideológico puede incubar violencia real. Presentar al hombre como víctima, y a la mujer como agresora o conspiradora, distorsiona la realidad y perpetúa la desigualdad. Sin embrago, especialistas en género advierten que estas plataformas son un terreno fértil para la radicalización emocional y conductual, donde la ideología sirve para justificar crímenes y hostigamiento.
El caso Laurta es un recordatorio dramático de que los discursos de odio no son inocuos, tienen consecuencias concretas y trágicas, sobre mujeres e infancias.
Este doble femicidio evidencia -nuevamente- que la violencia machista no es un hecho aislado, se construye y se sostiene en narrativas culturales y mediáticas que legitiman al agresor. Combatir estos discursos, educar en igualdad y proteger a las víctimas son pasos imprescindibles para que la tragedia de Villa Serrana no se repita.