El poder y los poderosos; una interdependencia milenaria que determina la guerra o la paz. Como lo planteó Joseph Nye: “el poder en la política internacional es como el estado del tiempo. Todos hablan de él, pero pocos lo entienden”.
Para ser honestos, actores como Trump y Putin le ponen muy difícil las cosas a los analistas que se arriesgan a predecir resultados de sus intercambios. Y sin que suene a excusa, y reconociendo la trascendencia de los últimos acontecimientos surgidos en Anchorage y Washington, conviene también despegarse un poco de la coyuntura para ensayar un análisis sobre los componentes que comparten los perfiles de ambos líderes.
Para empezar, y buscando una analogía con la meteorología, a ambos mandatarios sí les interesa prever el mal tiempo para jugar sus cartas anticipadamente. Pero sencillamente ocurre que sólo se desenvuelven tratando de ver de antemano las tormentas que afectan a sus territorios, o en todo caso, a aquellos países donde se defienden activos políticos, económicos o militares, y esa es una realidad que no se ha derrumbado con la caída del muro en 1989.
Hoy resulta quimérico pensar por ejemplo, en una pomposa cumbre EE.UU. – Rusia, que tenga como eje el salvataje de Haití, Sudán o República Democrática del Congo.
Porque la primera gran semejanza, es la concepción clásicamente realista de las relaciones internacionales, una visión compartida por las actuales cabezas de sendas potencias.
Las recientes reuniones, especialmente la de Alaska, nos remiten nuevamente al pensamiento de los mayores referentes del realismo político, un recorrido que de forma obligada nos devuelve a la obra de Hans Morgenthau, quien hace muchas décadas (1952) postulaba que el concepto de interés nacional implica aceptar la permanente amenaza de guerra que se puede minimizar mediante el “continuo ajuste de los intereses en conflicto”. Justamente, en la persecución de intereses, y no necesariamente de valores, estriba una de las principales semejanzas dadas entre la política exterior impulsada tanto por Trump, como por Putin.
Otra de las grandes dificultades que supone un ensayo prospectivo, es que ambos presidentes construyeron sus carreras buscando concentrar individualmente la capacidad de definir los procesos de toma de decisiones sobre todos los temas, tanto en el plano interno como en el externo.
Se pueden estudiar los antecedentes de sus políticas, sus posicionamientos y declaraciones frente a los temas en debate, o el contexto en el cual transcurren las tensiones o negociaciones, pero no se puede penetrar en el pensamiento, la idea, y objetivos íntimos que movilizan sus actos con sus propósitos, sabiéndose protagonistas principales del escenario mundial.
Además, existen semejanzas heredadas de la historia y de la estructura del poder global, desprendidas principalmente de la pertenencia de Estados Unidos y Rusia al grupo de países con tenencia de armas nucleares y a la conformación del exclusivo club del veto en el estratégico consejo de seguridad de la ONU, algo así como el corazón del organismo para el abordaje de los temas más calientes.
A esos elementos compartidos por arrastre, Trump y Putin también los abonan con sus cargos contra el multilateralismo en cualquiera de sus facetas, y en el caso de Naciones Unidas, se vislumbra por parte de los dos presidentes, un sutil intento por separarla de la mesa de diálogo sobre Ucrania.
Cuando el republicano retornó a la Casa Blanca en enero de este año, su mirada hacia la ONU se aproximó asombrosamente al enfoque que tiene Putin hacia la institución.
Y yendo un poco más atrás en el tiempo, al conocerse en noviembre de 2024 los resultados de las presidenciales estadounidenses, la administración Biden (que tanto contribuyó al cambio de signo político), apuró los últimos proyectos de ayuda a Ucrania de un modo con el que dejó traslucir la intuición de un cambio drástico en la relación bilateral con Rusia.
Después de todo, en Alaska, anfitrión e invitado coincidirían en la altisonante declaración sobre que si Trump era reelecto en 2020, la guerra en Ucrania nunca hubiese sucedido.
Quizás resulte muy ambicioso el término admiración para describir la vinculación entre dos personas auto-percibidas con tanta supremacía de poder, pero sí se puede concluir que Donald Trump y Vladímir Putin transmiten una mutua identificación por el uso de los mismos insumos para fabricar, sostener y buscar expandir ese poder.
En esa semejanza se dibuja el plano más desafiante para Ucrania, la Unión Europea, la ONU, y todas las partes que aspiran a la paz inmediata y definitiva.
Opinón
Trump y Putin en el juego de las semejanzas
Las derivaciones de la cumbre desarrollada la semana pasada en Alaska no se agotan en el análisis sobre el estado de las tratativas en torno a Ucrania, sino que exponen los rasgos de una relación bilateral que contiene semejanzas de liderazgos, más allá de los diferentes intereses políticos, económicos y militares que inspiran sus estrategias externas.