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Las elecciones en EE.UU. y su espejo en Bolivia

— Pedro Brieger

VIERNES 20 DE NOVIEMBRE DE 2020

El mundo observa azorado cómo el presidente de los Estados Unidos Donald Trump se demora en reconocer el aparente triunfo de Joe Biden. Hay que decir “aparente”, porque hasta que no se reúna el Colegio Electoral con los y las representantes de los 50 estados no hay un resultado oficial que certifique la victoria de Biden. Increíble pero cierto.

El sábado 7 de noviembre los medios de comunicación del mundo informaron que Joe Biden había sido electo presidente de los Estados Unidos porque había logrado superar el “número mágico” de 270 electores, los necesarios para ser electo. Sin embargo, esa misma mañana todo era muy confuso. La cadena de noticias Associated Press afirmaba que Biden tenía asegurados 274 electores mientras la cadena Fox, afín al presidente Trump, se quedaba en 264, incluyendo los 11 de Arizona, lo que le valió el enojo del presidente Donald Trump. Más atrás se ubicó el New York Times con 253 (porque no incluía los 11 de Arizona) y muy lejos el sitio de extrema derecha Breitbart que le reconocía 224 electores a Biden pero sin aceptar su triunfo en varios estados.

Al no existir nada parecido a un Tribunal Supremo Electoral ni un conteo centralizado, cada medio de comunicación brindaba datos diferentes de los estados en disputa entre Biden y Trump. En realidad, los números de electores eran proyecciones que cada medio de comunicación hacía -y aún hace- en base a su interpretación de los datos recibidos de cada Estado. Esto funciona bien si el resultado es claro a favor de un partido y el otro reconoce la derrota. Pero no es el caso.

El presidente Trump aprovechó para cuestionar a los medios y preguntar en son de burla “desde cuándo los medios irrelevantes determinan quién será nuestro presidente”. Trump tiene razón. No son los medios de comunicación los que determinan quién ha triunfado.

De hecho, es realmente asombroso que se informe un resultado en base a las proyecciones de los medios de comunicación, que difieren entre sí en la interpretación del resultado de cada Estado. Desde el punto de vista legal y formal, Biden todavía no fue electo presidente ya que faltan varios pasos. Hay que terminar de contar los votos, resolver las disputas si las hubiere y se tienen que reunir los electores que son quienes eligen al presidente para luego enviar sus votos al Congreso. Y, en principio, recién el 6 de enero se elegirá formalmente al presidente que asumirá el 20 del mismo mes. Si tomamos en cuenta que Trump se ha declarado ganador y cuestiona los dichos de Biden -que también se ha declarado ganador- se puede pensar que hasta el 6 de enero habrá un camino plagado de disputas judiciales. Salvo, claro está, que Trump reconozca el triunfo de Biden.

Numerosos medios de comunicación fuera de Estados Unidos informan cómo Trump se niega a reconocer el triunfo de Biden y hacen foco en sus grotescas características personales que incluyen abundantes mentiras. Sin embargo, el problema no es Trump, sino un sistema anacrónico y el poder de la primera potencia mundial que dicta cátedra de democracia en el mundo y cuestiona a diestra y siniestra otros procesos electorales como si el suyo fuera el mejor del planeta. Y el sistema es sostenido por ambos partidos.

El 20 de octubre del año pasado hubo elecciones generales en Bolivia. Allí, el recuento no oficial del llamado TREP (Transmisión de Datos Preliminares) se detuvo al momento que ya se habían computado el 84 por ciento de las actas que se procesarían en el recuento oficial. Pero 24 horas después se actualizaron al 95 por ciento y Evo Morales tenía la ventaja necesaria para ganar en primera vuelta. La oposición boliviana, la OEA -empujada por su secretario general Luis Almagro- y numerosos e influyentes medios de comunicación dentro y fuera de Bolivia denunciaron fraude. A pesar de que diversos estudios analizaron en detalle los resultados y no encontraron pruebas de fraude, la historia es conocida: se gestó un golpe de Estado que derrocó a Evo Morales.

No deja de asombrar la complacencia mediática y política del resto del mundo y de tantas organizaciones internacionales cuando se trata de analizar lo que sucede en Estados Unidos y la rapidez con que se cuestionó el proceso electoral de Bolivia de 2019. Pero claro, Bolivia no es Estados Unidos.

Por Pedro Brieger, director del portal Nodal AM y columnista especializado de LT9 

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