Este domingo, los santafesinos volvieron a las urnas para elegir autoridades municipales en 19 intendencias, concejales en 65 localidades y miembros de comisiones comunales en los 365 distritos de la provincia.
Pero más allá de los resultados, lo que dejaron estas elecciones fue una señal de alerta: la crisis de compromiso cívico se profundiza.
Con apenas un 46% del padrón votando en la ciudad de Santa Fe y un 48% en Rosario, el ausentismo fue el gran protagonista. Una alarmante desconexión entre la ciudadanía y el sistema político local que erosiona la legitimidad democrática y revela un divorcio cada vez más profundo entre sociedad y representación.
Era esperable que, tras las PASO de abril y el debate sobre la reforma constitucional, el electorado se movilizara con mayor interés. Pero no. El desencanto fue mayor.
“Nos llama a la reflexión que la gente esté votando mucho menos en 42 años de democracia”, reconoció el gobernador Maximiliano Pullaro. Una verdad incómoda para quienes hoy ostentan el poder institucional.
El oficialista frente Unidos Para Cambiar Santa Fe logró un triunfo amplio: se impuso en casi el 80% de los municipios y ganó 15 de las 19 intendencias en juego.
En la capital provincial, María del Carmen Luengo se quedó con el 32,7% en la elección de concejales, mientras que en Rosario el peronista Juan Monteverde se impuso con el 30,6%.
El dirigente de Ciudad Futura logró unificar diversas expresiones del PJ (Movimiento Evita, La Cámpora, Frente Renovador) y proyectó una renovación con discurso propio: una combinación de unidad, recambio y crítica al oficialismo.
A pesar de la victoria, el oficialismo no amplió su base. La fragmentación del voto y el avance de La Libertad Avanza —que superó el 23% en Santa Fe y rozó el 29% en Rosario— muestran el surgimiento de nuevas oposiciones, alejadas de la polarización tradicional y con discursos alternativos.
El mapa que dejan estos comicios es complejo: el oficialismo resiste, la oposición se reconfigura, y el electorado no se encolumnó con claridad detrás de ningún proyecto dominante.
Se perfila así un escenario de “tensión moderada”, con fuerzas más realistas que disruptivas. No hay clima de alternancia, pero sí de desgaste y búsqueda de recambio interno.
Sin embargo, el dato más preocupante no fue quién ganó o perdió, sino cuántos dejaron de votar.
Con una participación tan baja, se debilita la capacidad de la ciudadanía para ejercer un control real sobre quienes gobiernan. Y mientras esa brecha crezca, el poder podrá administrar resultados sin enfrentar una crítica profunda ni rendir cuentas con claridad.
Las elecciones del 29 de junio consolidaron al oficialismo, pero sin euforia social. El triunfo se apoyó más en las debilidades ajenas que en un respaldo masivo propio. El peronismo retuvo espacios claves y La Libertad Avanza se posiciona como una fuerza que redefine la escena política local.
Pero el gran desafío que se abre no es electoral: es democrático.
Reactivar la participación ciudadana y democratizar el debate sobre la reforma constitucional será clave para recobrar legitimidad y fortalecer las instituciones.
Porque, hacia 2027, lo más importante no será quién gobierne…
Sino si los santafesinos vuelven a creer que su voz importa.
