Queridos lectores de LT9, hoy con Marcelo Kusznierz los invitamos a conocer un grupo de cultivos que en los últimos años se están abriendo camino en nuestros campos y también en las discusiones sobre el futuro de la agricultura. Se trata de la colza (Brassica napus var. oleifera), la carinata (Brassica carinata) y la camelina (Camelina sativa). Tres especies oleaginosas que, aunque emparentadas en algunos casos y con historias distintas, comparten un denominador común: su capacidad de diversificar las rotaciones, aportar sustentabilidad y generar productos de alto valor, desde aceites alimenticios hasta biocombustibles de última generación.
La colza tiene un largo recorrido en Europa y Canadá. Allí se la conoce más por su versión mejorada: la canola, que fue seleccionada en los años 70 para reducir el ácido erúcico y los glucosinolatos, lo que permitió su uso masivo en alimentación humana.
En los últimos 10 años las materias primas más utilizadas en la producción de biodiésel fueron los aceites vegetales, entre los cuales se destacan el de palma, el de soja y el de canola. Los países que producen biodiésel principalmente a partir de aceite de soja son Estados Unidos, Argentina, Brasil y algunos de la UE.
El aceite de canola, como insumo para su elaboración, se encuentra muy difundido en la UE, mientras que el de palma es muy utilizado en Colombia, Indonesia y el resto del sudeste asiático.
En la actualidad aproximadamente el 20% de la producción mundial de aceite de canola, así como el 19 % del de aceite de soja y el 18% del de aceite de palma se destinó a la producción de biodiésel, marcando la importancia de la plantación de colza a nivel global para los biocombustibles.
En Argentina, la colza comenzó a sembrarse tímidamente en los años 90 y tuvo un fuerte impulso en la última década, especialmente en la región pampeana, como alternativa de invierno frente al trigo.
La carinata, por su parte, es menos conocida. Se trata de una especie originaria de Etiopía, emparentada con la colza pero adaptada a climas más cálidos y secos. En nuestro país se la está probando en varias provincias con muy buenos resultados, sobre todo porque presenta tolerancia a altas temperaturas y genera un aceite ideal para la producción de biocombustibles de aviación (SAF: Sustainable Aviation Fuel), un sector con gran potencial de crecimiento.
Los combustibles sostenibles para aviación se definen como combustibles derivados de materias primas biológicas o no fósiles, que pueden sustituir o complementar a los combustibles para aviación derivados del petróleo, reduciendo las emisiones de GEI a lo largo del ciclo de vida del producto.
Según la AIE (Agencia Internacional de la Energía), mezclar biocombustibles sostenibles para la aviación de bajo contenido de carbono con combustible fósil para aviones será esencial para alcanzar el objetivo de descarbonización. Esto se refleja en su Escenario de Desarrollo Sostenible, donde se prevé que en 2030 los biocombustibles suplirán alrededor del 10 % de la demanda de combustible de aviación y, en 2040, cerca del 20 %. Asimismo, la IRENA (2020), en su “Transforming Energy Scenario”, estima que en 2050 el consumo de biojet llegará a los 100.000.000 m3, siendo los biocombustibles la única opción disponible para reducir significativamente las emisiones de dicho sector.
La camelina, finalmente, es una vieja conocida de la agricultura europea. Hay registros de su cultivo desde hace más de 3.000 años en zonas como Escandinavia y el Mediterráneo. Durante mucho tiempo quedó relegada, pero en la última década resurgió por sus notables ventajas: ciclo corto, rusticidad, bajo requerimiento de insumos y un aceite rico en ácidos grasos omega-3. Al igual que carinata tiene como destino principal el biocombustible.
Tanto la camelina como la carinata son materias primas utilizables para la producción de SAF, de acuerdo al proceso productivo de este combustible podemos detallar su correspondiente porcentaje de mezcla, procesos tecnológicos aprobados a través de la norma ASTM para la fabricación, su año de aprobación, las posibles materias primas por utilizar y el volumen máximo de mezcla con combustibles fósiles.
Método | Año de Certificación ASTM | Materia Prima | Porcentaje de Mezcla Autorizado |
HEFA-SPK (Hydroprocessed Esters and Fatty Acids – Synthetic Paraffinic Kerosene) | 2011 | Aceites y grasas: camelina, jatropha, ricino, palma, aceite de cocina usado, grasa animal | Hasta 50 % |
CHJ (Catalytic Hydrothermolysis Jet) | 2020 | Triglicéridos: residuos, algas, soja, jatropha, camelina, carinata | Hasta 50 % |
Aspectos agronómicos
Colza
- Ciclo: 120 a 150 días.
- Siembra: otoño, compitiendo directamente con trigo.
- Requerimientos: necesita suelos bien drenados y buena fertilización nitrogenada y sulfatada.
- Ventajas: excelente antecesor para soja de segunda, alta producción de biomasa que mejora la estructura del suelo.
- Rindes: en Argentina varían entre 1.5 y 3 toneladas por hectárea, con picos superiores en condiciones óptimas.
Carinata
- Ciclo: similar a la colza, aunque con mayor rusticidad.
- Siembra: otoño-invierno, con adaptabilidad a ambientes más marginales.
- Requerimientos: menos exigente que la colza en agua y fertilidad.
- Ventajas: tolera altas temperaturas y sequía, genera un aceite con gran estabilidad oxidativa.
- Rindes: entre 1 y 2.5 toneladas por hectárea en experiencias locales.
Camelina
- Ciclo: muy corto, 85 a 100 días.
- Siembra: puede implantarse a fines de invierno o principios de primavera.
- Requerimientos: se adapta a suelos pobres y ambientes semiáridos.
- Ventajas: bajo costo de implantación, rusticidad, posibilidad de entrar en nichos de rotación poco aprovechados.
- Rindes: de 800 a 1.800 kg/ha, aunque con gran variabilidad.
Más allá de los mercados, estos cultivos aportan beneficios en el sistema que me parecen indispensables para una agricultura que piensa en un todo:
- Diversifican las rotaciones y reducen la presión de malezas resistentes.
- Son aliados frente a la huella de carbono: fijan CO₂ y, al destinarse a biocombustibles, reducen las emisiones netas del transporte.
- Generan un uso más eficiente de la tierra, al ocupar ventanas de barbecho invernal.
En países como Canadá y Alemania, la colza ya forma parte estable del esquema agrícola. En Argentina, aunque todavía son cultivos de nicho, representan una oportunidad para productores que buscan diversificación y nuevas fuentes de ingreso.
Uno de los grandes retos para que colza, carinata y camelina despeguen en Argentina es la articulación de la cadena de valor. Se necesitan más acopios que reciban estas oleaginosas, más industrias dispuestas a procesarlas y, sobre todo, reglas claras de fomento a los biocombustibles avanzados.
En este sentido las Cámaras de Biocombustibles de Argentina están haciendo enormes esfuerzos para lograr un nuevo marco normativo, una nueva ley que potencie la producción de “combustibles del futuro” como pudo lograr nuestro principal socio comercial del Mercosur, Brasil, con potencialidades muy similares a las locales.
En la provincia de Santa Fe, por ejemplo, existen proyectos piloto con estos tres cultivos vinculados a universidades y empresas que trabajan en bioenergía. Estos ensayos muestran que hay potencial, pero que sin políticas activas y mercados garantizados es difícil que el productor se arriesgue a cambiar parte de su esquema productivo.
La agricultura global se enfrenta a un doble desafío: producir más alimentos y energía, y hacerlo con menos impacto ambiental. En ese contexto, cultivos como colza, carinata y camelina pueden convertirse en piezas clave. No reemplazarán a la soja ni al maíz, pero sí pueden ser complementos estratégicos.
En un mundo que avanza hacia la descarbonización, la demanda de biocombustibles de aviación crecerá de manera exponencial, y allí Argentina tiene la chance de posicionarse. Lo mismo con la camelina, cuyo aceite puede conquistar mercados premium de alimentos y cosmética.
Queridos lectores, la agricultura es movimiento constante, y quienes estamos en el sector sabemos que el futuro se construye sumando alternativas. La colza, la carinata y la camelina nos recuerdan que no todo termina en trigo, soja o maíz, y que existen caminos nuevos por explorar. Son cultivos con historia, con presente y, sobre todo, con un futuro prometedor si logramos integrarlos en nuestros sistemas productivos.
La pregunta que queda abierta es: ¿seremos capaces, como país, de darles el espacio y el impulso que necesitan?