Esta semana, el Senado votó lo que Milei más teme: una demostración de poder político e institucional que no pasa por su filtro. En un movimiento coordinado, la oposición logró aprobar un aumento en las jubilaciones, la restitución de la moratoria previsional y la emergencia en discapacidad, así como recursos adicionales para las provincias. La narrativa oficial no tardó en explotar. “golpe institucional”, “terrorismo fiscal”, “traición”.
El gobierno no tolera que el Congreso funcione si no responde a sus intereses.
La figura de Victoria Villarruel quedó en el centro de la escena. Como presidenta del senado, no votó, no opinó, no se rebeló. Pero permitió que la sesión ocurriera. En la Argentina de Milei, donde el diálogo es visto como una claudicación y la política como una enfermedad, ese sólo acto fue suficiente para desencadenar una guerra interna.
El presidente la acusó de “traidora” en voz baja, sus operadores en redes la incendiaron en voz alta, y los halcones del gabinete pidieron públicamente su “rendición”.
Pero si bien Villarruel fue blanco de una ofensiva injusta, también se mueve en una ambigüedad cómoda. No defiende abiertamente los proyectos que habilita, ni confronta con el ritmo del ajuste del gobierno que integra. Su aparente moderación puede leerse tanto como institucionalismo… o como cálculo.
¿Está defendiendo el equilibrio republicano o simplemente midiendo sus pasos para capitalizar el desgaste de Milei mas adelante?
Por su parte, la oposición logró una victoria legislativa real, que puede poner algo de alivio en sectores muy vulnerables. Pero el problema no está en el qué, sino en el cómo y en el porqué.
¿Hubo convicción en la defensa de los jubilados, o sólo oportunismo para acorralar al gobierno en su flanco más débil? El voto masivo de la oposición incluyó a muchos que avalaron recortes similares durante la gestión de Macri o que se mantuvieron con tibieza frente al ajuste en meses anteriores. Ahora votaron a favor de los sectores más postergados, pero no logran articular un modelo alternativo.
Ese es el gran dilema: una oposición capaz de decirle “no” a Milei, pero aún incapaz de decirle “si” a un proyecto claro y consistente. En un país que sufre un ajuste brutal, con caída de la actividad, pérdida de poder adquisitivo y un descontento creciente, limitarse a frenar al gobierno no alcanza.
Por eso esta semana no fue solo una derrota para Milei. Fue también, una exhibición de las debilidades del sistema político en su conjunto: Un presidente que no acepta límites, una vicepresidenta que mide cada movimiento como si estuviera en campaña permanente, y una oposición que avanza, pero sin brújula, y cuya única estrategia parece ser esperar a que el gobierno se caiga solo.
En esa tensión entre exceso de poder y ausencia de liderazgo alternativo, los únicos que siguen pagando el precio son los sectores más vulnerables, los que esta vez, por presión o por azar, fueron beneficiados, pero siguen dependiendo de un sistema político que se mueve por cálculos más que por convicciones.
