Hola, mis queridos lectores de LT9, ¿cómo están?
Les quiero contar que estamos muy contentos porque, no sé si saben, en esta gran familia que es LT9 estamos todo el tiempo buscando qué información es importante para ustedes, los lectores de nuestra web.
Por eso, a partir de este sábado —y una vez al mes— junto al Ing. Agr. Henri Vicentín, ex asesor CREA, productor y consultor privado, les vamos a estar brindando toda la información que necesitan para poder calcular los números de su actividad relacionada con el agro: ya sea agricultura, ganadería, tambo, plantaciones perennes… en fin, cualquier actividad vinculada al campo.
Creemos que es fundamental para la salud de cualquier empresa agropecuaria conocer el resultado económico.
Detrás de cada hectárea sembrada, cada litro de gasoil y cada camión que sale del campo, hay una historia contada en números. Y entenderla es clave para tomar buenas decisiones.
En esta primera columna económica vamos a dejar en claro los macroconceptos que hacen a la obtención de los resultados. Todo análisis económico comienza por los ingresos, que no son otra cosa que el valor económico de lo que se produce (P × Q).
En agricultura, esto incluye los granos —soja, maíz, trigo— vendidos, cedidos, y también el valor de la producción que aún no se vendió (stock).
En ganadería, se considera la producción de carne (ventas, compras y diferencia de inventario). En otras actividades puede ser lana; en el tambo, la venta de leche, etc.
Vamos a comenzar por la agricultura, que es un poco más sencilla.
Por ejemplo: si un productor obtiene 3,0 t/ha (o sea, 30 quintales/ha) de soja (Q) y el precio es de 300 USD por tonelada, su ingreso bruto será de unos 900 USD por hectárea.
Suena bien, ¿no? Pero falta mucho para saber si ese número es ganancia.
Ese sería el ingreso bruto; a eso debemos restar los gastos de comercialización, que no debemos olvidar al momento de hacer los números.
Supongamos un 12 %: serían unos 110 USD, con lo cual el ingreso neto sería de 790 USD/ha.
El siguiente paso es restar los costos directos, es decir, aquellos que se pueden asociar claramente a cada cultivo o actividad.
Aquí entran la semilla, el fertilizante, los herbicidas, los insecticidas, las labores, el gasoil y el contratista (en las actividades intensivas también el costo de la mano de obra).
Siguiendo con el ejemplo de la soja, si esos insumos y servicios suman 400 USD por hectárea, el margen bruto será de 390 USD.
Ese margen permite comparar entre actividades (por ejemplo, soja vs. maíz o trigo), pero todavía no refleja la rentabilidad final.
Un dato muy importante es el valor de la tierra, ya sea el precio del alquiler o el costo de oportunidad en el caso de ser campo propio.
Después vienen los costos indirectos (administración y estructura), esos que muchas veces no se ven, pero que son los que permiten que la empresa funcione todos los días.
Incluyen los honorarios y sueldos del personal, mantenimiento de instalaciones y alambrados, seguros, gastos administrativos, impuestos, honorarios contables y hasta la amortización de los equipos.
En muchos casos, estos gastos fijos representan entre un 15 % y un 25 % de los ingresos anuales.
Restarlos nos deja con el margen neto, una cifra que ya empieza a hablar más en serio sobre la eficiencia de la empresa.
En un país como el nuestro, donde el financiamiento suele ser caro y la inflación juega su propio partido, los resultados financieros pueden inclinar la balanza.
Aquí se contabilizan los intereses de los créditos, el costo de los cheques diferidos o los pagos anticipados, y también las diferencias de cambio si se opera en dólares.
Un mal manejo del financiamiento puede transformar un buen margen técnico en una pérdida económica.
Por eso, planificar el flujo de fondos y las fechas de cobro y pago es tan importante como saber cuándo sembrar.
Finalmente, están los impuestos, un capítulo que en el agro argentino nunca pasa desapercibido.
Retenciones, impuesto a las ganancias, inmobiliario rural, tasas comunales, IVA y otros gravámenes forman parte del “peaje fiscal” que cada productor debe afrontar.
Restando todos estos componentes —costos directos, indirectos, financieros e impositivos— obtenemos el resultado económico final, el número que marca si el año fue rentable o no.
El resultado económico no es solo una cifra contable.
Es la síntesis de un año de trabajo, de decisiones, de clima, de precios y de esfuerzo.
Cada hectárea tiene detrás una historia: la del productor que apostó a una semilla, confió en su suelo y enfrentó los riesgos del clima y del mercado.
Por todo esto, querido lector, es que cada último sábado de cada mes vamos a ir profundizando en cada uno de los conceptos y en los distintos casos productivos que tiene el agro.
Más allá de los márgenes, cada campaña es también una muestra de resiliencia y pasión por producir alimentos.
Y aunque los números son fríos, el campo argentino siempre les pone algo de lo que las planillas no pueden reflejar: alma, trabajo y amor por la tierra.