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Agronomía

Los trabajadores rurales, el corazón del campo

Este 8 de octubre se celebró el día del trabajador rural, y como no podía ser de otra manera mi columna va dedica a ellos, por su habilidad, criterio, destreza, trabajo incansable…mis compañeros de cada día-

Hola, mis queridos lectores de LT9, ¿cómo están? Espero que muy bien.
Hoy quiero compartir con ustedes una mirada muy personal sobre los trabajadores rurales, ya que el pasado 8 de octubre fue su día.

Como ustedes saben, el campo es mi hábitat natural. Ahí me crié y ahí hoy decido quedarme. Mientras escucho al señor José Larralde y su tema “Jugando de mensual”, se me hace un nudo en la garganta y los ojos se me llenan de lágrimas. Porque, señores, ¿cómo describirles lo que significa el trabajador rural para este país?

Y digo trabajador y no peón, porque esa palabra resulta injusta para quienes tienen tantas habilidades, conocimiento y fuerza para trabajar de sol a sol, especialmente en tiempos de campaña.
¿Sabían que la primera definición de peón en el diccionario de la Real Academia Española es “jornalero que trabaja en cosas materiales que no requieren arte ni habilidad”?
Qué lejos está esa definición de la realidad. Déjenme decirles que pocas veces sentí tanta necesidad de contradecir una palabra. Porque si hay alguien que requiere habilidad, criterio y destreza, es el trabajador rural.
Por suerte, hoy se los llama como corresponde: trabajadores rurales. Y bien merecido lo tienen.

Ellos son los que sostienen la producción tambera los 365 días del año, sin importar el clima ni las fiestas.
Son los cosecheros de frutas y hortalizas, los que crían animales, los golondrinas que dejan su hogar por meses para ir a hacer campaña lejos de los suyos, los que siembran y cosechan el alimento que llega a nuestras mesas, entre tantas otras tareas que realizan.

Tengo tantas anécdotas sobre los trabajadores rurales que he tenido la suerte de conocer, que necesitaría varios sábados para contarlas todas.
Mi hermano es uno de ellos, y de él aprendí valores que no se enseñan en ningún aula: que si se dice “a las 5 a.m. estamos en el lote”, a las 4:55 ya hay que estar ahí; que en el campo no hay horario de vuelta, y que, aunque sea Navidad, si los rodeos se mezclaron, hay que volver a apartar.
Él me enseñó la importancia del criterio, del compromiso y de entender que lo que no se hace bien desde el arranque, no se corrige más, porque el campo siempre pasa factura.

Cuando recién me recibí y conseguí mi primer trabajo, fueron ellos —los trabajadores rurales— quienes me enseñaron.
El contratista, el tractorista, los peones de confianza: de todos aprendí algo.
Fueron ellos quienes me mostraron cómo regular una sembradora, quienes me compartieron su comida cuando yo no tenía con qué almorzar y quienes me llevaron al pueblo cuando no tenía cómo moverme.
Recuerdo también a los estibadores armando pilotes de 750 bolsas y a los choferes que compartieron conmigo las interminables horas de cosecha.

Y quiero decir algo más, muy personal: como mujer, muchas veces estoy pendiente de mi seguridad, de si una calle es oscura o solitaria… pero en el campo, aun en las noches más largas, nunca tuve miedo. Al contrario: siempre me sentí protegida y cuidada por ellos.

Por todo eso, por lo que me enseñaron, por la paciencia, la ayuda y el cariño, esta columna está dedicada a todos los trabajadores rurales del país.
Gracias por soportar las heladas del invierno y los calores del verano, por las largas jornadas y las pocas horas de descanso.
Gracias por su pasión.

Ojalá desde este pequeño espacio pueda ayudar a que se visibilice el enorme trabajo que realizan a lo largo y a lo ancho de nuestra Argentina.
Que sus condiciones laborales sean cada vez mejores, que se los reconozca y que nunca más se los trate como “peones”, sino como lo que verdaderamente son: trabajadores rurales, el corazón del campo argentino.

Pero también, queridos lectores, no puedo dejar de mencionar el otro lado de esta historia. Porque esto no es “algo que pasó hace 100 años”, sino una realidad que lamentablemente sigue ocurriendo.
Mientras muchos trabajadores rurales se ganan la vida con esfuerzo y orgullo, otros tantos aún son víctimas de situaciones de abuso y explotación que parecen sacadas de otro siglo.

Existen casos recientes en nuestra propia provincia de Santa Fe, donde se han encontrado trabajadores viviendo en carpas, sin agua potable, sin baños, con jornadas de más de diez horas, sin descanso y sin libertad para salir del campo. Personas trasladadas desde lejos, sin documentos, con salarios que nunca llegan completos o que se descuentan por la comida que el propio empleador les vende.

Estas prácticas, tristemente, no son aisladas. Se repiten en zonas alejadas, donde el Estado llega poco y las denuncias tardan en escucharse.
El aislamiento, la deuda con el patrón, la retención de documentos y el miedo a perderlo todo son mecanismos que aún hoy mantienen a muchos trabajadores rurales en una situación de vulnerabilidad extrema.

Y mientras las instituciones avanzan en inspecciones y controles, la realidad muestra que todavía falta visibilidad, acompañamiento y protección.
Por eso, más que nunca, es necesario darle voz a quienes no la tienen, garantizar condiciones laborales dignas y recordar que el respeto por el trabajador rural no solo se expresa en palabras, sino también en derechos cumplidos y controles efectivos.

Porque detrás de cada campo, de cada cosecha, de cada litro de leche o camión de granos, hay personas reales.
Y ninguna persona que trabaje la tierra debería hacerlo sin dignidad ni libertad.

Le dedico esta columna a todos los trabajadores rurales con los que tuve la oportunidad de trabajar, a los que hoy trabajan conmigo codo a codo y, muy especialmente, a uno que ya no está entre nosotros, pero que recordamos todos los días: un ejemplo de trabajador rural.

Los espero el próximo sábado para seguir leyendo juntos sobre el campo argentino.

Autor

  • Catalina Juliá

    Ingeniera Agrónoma, nacida en María Juana, pero desde hace 14 años vivo en San Justo, lugar que hoy siento como propio porque formé mi familia y también me desarrollé como profesional. Mi cercanía con el campo empezó desde muy chica. Vengo de una familia con raíces profundas en la actividad agrícola tambera, iniciada por mi abuelo, que llegó desde España.

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