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Buenos Aires le marcó el límite a Milei

Las elecciones en la provincia de Buenos Aires dejaron una enseñanza tan simple como brutal: el oficialismo libertario perdió el único plebiscito que realmente importa, y el peronismo volvió a demostrar que nunca conviene darlo por muerto.

Lo que ocurrió en el mayor distrito electoral del país no es un episodio provincial, es la confirmación de que Javier Milei ya entró en zona de riesgo político.
Buenos Aires sentencia. Y esta vez el veredicto fue claro. El gobierno, con su motosierra como único proyecto, encontró el límite de su retórica. El ajuste sin anestesia, la demolición del estado como bandera y la sobreactuación de la pelea permanente ya no entusiasman ni siquiera a aquellos que se ilusionaron con el “que se vayan todos” versión siglo XXI.

El triunfo del PJ en la provincia de Buenos Aires tiene algo de instinto animal: cuando se siente acorralado, reacciona con fuerza. Los intendentes, Axel Kicillof y la maquinaria territorial volvieron a hacer lo que mejor saben: organizar el enojo social en una propuesta electoral. Y lo hicieron con un mensaje directo: defender la educación, la salud y la obra pública frente a un gobierno nacional que sólo ofrece ajuste y confrontación.

Pero hay un dato central: fue Kicillof quién capitalizó el descontento con Milei y construyó un perfil propio. El gobernador bonaerense aparece como el emergente de un peronismo que intenta correrse del péndulo entre Cristinismo y antikirchnerismo.

Kicillof, con su tono de profesor universitario más que de caudillo, se convirtió en la cara de un peronismo que busca mostrar gestión, estabilidad y cierta previsibilidad. Puede parecer poco, pero en medio del caos libertario, fue suficiente.

La derrota del gobierno en tierras bonaerenses confirma lo que ya se percibía en la política nacional: Milei gobierna desde la soledad. Sin partido, sin gobernadores, sin intendentes y cada vez con menos paciencia social. Su apuesta a la demolición del sistema político no tiene traducción territorial. Y la política, guste o no, necesita de territorio.

¿Y ahora qué?

La pregunta que se abre es cuánto tiempo puede sostener Milei un poder basado sólo en su figura. La historia argentina es implacable con los presidentes que pierden la provincia de Buenos Aires: ninguno sobrevive políticamente indemne.
Y hay otro dato interesante para analizar. Aunque no haya sido candidata ni haya ocupado el centro de la escena, Cristina Fernandez sigue condicionando la dinámica del peronismo. Nadie puede ganar sin su bendición, pero cada vez son más los que creen que tampoco se puede ganar con ella en primera fila.
El dilema peronista es si este triunfo provincial abre paso a un “poskirchnerismo” con Kicillof a la cabeza, o si el movimiento volverá a enroscarse en la lógica de la jefa política que todo lo ordena. La ex presidenta se muestra en segundo plano, pero su sombra sigue marcando la cancha.

Mientras tanto, dos gobernadores del interior se posicionan como actores de peso: Maximiliano Pullaro en Santa Fe y Martín Llaryora en Córdoba. Ambos entienden algo que Milei desprecia: que la política se construye desde la gestión y el territorio.
Pullaro encarna un radicalismo aggiornado, con discurso de seguridad y producción. Llaryora, un cordobesismo renovado que busca trascender la provincia y convertirse en llave del equilibrio nacional. Ambos miran de reojo a Kicillof, conscientes de que la política argentina empieza en Buenos Aires pero no termina allí.

El escenario es claro: Un gobierno debilitado, que empieza a sentir el desgaste del ajuste sin horizonte. Un peronismo revitalizado, con Kicillof en pleno ascenso. Y un interior en movimiento, con Pullaro y Llaryora buscando espacio en la conversación nacional.

La elección bonaerense no resolvió nada, pero abrió todas las preguntas.
¿Puede Milei gobernar sin aliados? ¿Puede Kicillof proyectarse más allá de Buenos Aires? ¿Puede el peronismo reinventarse sin Cristina? ¿Puede surgir una tercera vía federal que no sea testimonial?

La política argentina vive en estado de transición permanente. Pero hay momentos en los que el tablero se sacude de manera más brusca. El oficialismo recibió una paliza que desnuda su fragilidad. El peronismo respiró y se animó a soñar otra vez. Y el país federal empezó a levantar la voz.

Lo que pasó en Buenos Aires no es sólo una elección: es un recordatorio de que, en la Argentina, los proyectos políticos se prueban en la provincia más grande y más compleja. Quién no la entienda, pierde. Y Milei acaba de aprenderlo de la manera más dura.

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