La convención constituyente empezó a caminar. Después de décadas de intentos frustrados, proyectos truncos y reformas prometidas pero no cumplidas, la provincia está frente a una oportunidad que puede marcar un antes y un después en su vida institucional.
La primera semana fue, en muchos sentidos, un acto fundacional. Pero no necesariamente por el contenido político o jurídico que se discutió, sino por la puesta en escena institucional. Se eligieron autoridades, se definió el reglamento interno y se empezó a delinear el cronograma de trabajo. Todo necesario, todo formal, todo correcto. Pero aún lejos de la discusión de lo que está en juego.
Porque mientras se repiten palabras como “modernización”, “participación”, “derechos” y “transparencia”, lo cierto es que poco se ha dicho hasta ahora sobre qué se quiere reformar y porqué.
¿Habrá reelección del gobernador? ¿Habrá reconocimiento de nuevos derechos, como el ambiental o el digital? ¿Se tocarán las autonomías municipales? ¿Y qué hay de los mecanismos de control? La convención arrancó, pero el debate de fondo aún no apareció.
A eso se suma un clima político tenso. Las diferencias entre el oficialismo, los libertarios y sectores peronistas ya se hicieron sentir en el armado de las comisiones. El mismo inicio estuvo marcado por fricciones y chicanas, más cercanas a un show mediático que al articulado constitucional. El ruido partidario amenaza con desviar el eje del proceso. Si el debate se transforma en un juego de poder entre bloques, la forma quedará atrapada en una lógica mezquina, muy lejos de la altura que requiere este momento.
Mientras tanto, la ciudadanía mira todo esto con distancia y una cuota de escepticismo. Y en una provincia golpeada por factores sociales y económicos, la palabra constitución puede sonar lejana, casi elitista. La distancia entre la política y la sociedad se vuelve evidente cuando un proceso tan importante no logra instalarse en la agenda pública.
Reformar la constitución es, o debería ser, un ejercicio colectivo de imaginación democrática. No se trata sólo de enmiendas técnicas. Se trata de responder preguntas de fondo: ¿Qué derechos queremos proteger? ¿Cómo hacemos que el poder se controle a sí mismo? ¿Cómo garantizamos que el estado esté al servicio de la gente, y no de sí mismo?
Por eso, esta primera semana dejó una advertencia. El riesgo no es sólo que la convención fracase. El riesgo es que avance sin alma, sin épica, sin pueblo. Que se convierta en un trámite entre cúpulas. Que no sea un hecho político, sino un expediente más. Y eso sería imperdonable.
“Las constituciones deben ser obra de su tiempo y expresión de su pueblo”, Juan Bautista Alberdi, autor intelectual de la Constitución Nacional Argentina (1853)
