“En este momento y a esta edad terminar con los principios éticos que recibí de mis padres, mis maestros y profesores me resulta extremadamente difícil. No puedo cambiar, prefiero desaparecer. (…) Estoy cansado de luchar y luchar, galopando contra el viento como decía Don Ata. No puedo cambiar” escribió René como despedida.
El sábado 29 de julio del año 2000, a sus 77 años, Favaloro, el médico rural que había revolucionado la cirugía cardiovascular, decidió poner fin a su vida con un disparo al corazón en su departamento del barrio de Palermo.
Nacido el 12 de julio de 1923, su alma siempre estuvo llena de convicciones éticas y de un compromiso profundo con la medicina como un acto solidario y humano. En 1967, durante su trabajo en la Cleveland Clinic, Estados Unidos, Favaloro realizó por primera vez un bypass aortocoronario utilizando la vena safena del propio paciente, un procedimiento que cambió para siempre la historia de la cirugía cardiovascular. Este avance lo convirtió en una de las figuras más reconocidas y respetadas del siglo XX en la medicina mundial.
A pesar de sus logros científicos y de la fundación de un centro modelo en América Latina, su obra no contó con el apoyo económico necesario para sostenerse. La Fundación Favaloro, creada en 1975, era una institución con infraestructura de última generación, profesionales altamente capacitados y un enfoque humanista en la atención médica.
A finales de los años 90 y principios de los 2000, la fundación entró en crisis. El principal problema no era la gestión interna, sino el incumplimiento en los pagos por parte del Estado y varias obras sociales, que adeudaban más de 18 millones de pesos. Entre los mayores deudores figuraban IOMA, la obra social de la Provincia de Buenos Aires, y el PAMI, que debía cerca de 3 millones. También existían deudas pendientes de otros organismos oficiales, prepagas y obras sociales.
Estas eran prestaciones ya realizadas, muchas de ellas de alta complejidad, que jamás fueron pagadas. Fiel a su compromiso con una medicina solidaria, la Fundación nunca rechazó a un paciente por falta de recursos, absorbiendo los costos que otros no querían asumir. Sin embargo, la falta de pago provocó un estrés financiero insostenible.
Desde el gobierno nacional, las autoridades de la Alianza reconocieron la existencia de esas deudas, pero atribuyeron la responsabilidad a gestiones anteriores, principalmente del gobierno menemista, y condicionaron cualquier desembolso a la verificación judicial de la legitimidad de esos montos. Mientras tanto, la Fundación seguía acumulando intereses y costos, ahogándose financieramente.
Durante meses, Favaloro envió cartas pidiendo ayuda y solicitó audiencias con funcionarios, incluyendo al entonces presidente Fernando de la Rúa. La indiferencia fue total. En una de sus cartas más desgarradoras, el cirujano escribió:
“He escrito cartas a funcionarios y empresarios de todo tipo sin recibir respuesta. Estoy cansado de ser un mendigo en mi propio país”.
En sus siete cartas manuscritas, dirigidas a familiares, colegas, amigos y autoridades políticas, denunció el abandono institucional, la crisis moral y física que atravesaba, y advirtió las consecuencias que tendría la posible caída de su Fundación: la pérdida de cientos de puestos de trabajo y el fin de un sueño que había impulsado con pasión al regresar a Argentina.
La muerte de René Favaloro conmocionó al país y abrió un debate sobre la responsabilidad del Estado en la salud pública y la importancia de apoyar a las instituciones que garantizan atención médica de calidad. Su trágico final fue un llamado de atención sobre las consecuencias humanas que genera la desidia política y la falta de compromiso con la salud y la educación.
Veinticinco años después, el legado de Favaloro sigue vigente y su historia es un recordatorio doloroso de que la lucha por un sistema de salud justo y solidario debe continuar. La Fundación que lleva su nombre sigue adelante con su misión, pero los desafíos estructurales del sistema sanitario argentino permanecen.
Recordar a René Favaloro es honrar a un hombre que entregó su vida por salvar las de otros, y una invitación a reflexionar sobre la deuda pendiente que la sociedad y los gobiernos aún tienen con la salud pública y con quienes dedican su vida a ella.
