— División Noticias LT9
En el mes de julio de 2019, al realizarse en la ciudad de Santa Fe la cumbre de presidentes del Mercado Común del Sur, el entonces ministro argentino de Producción y Trabajo, Dante Sica, dijo que el cierre del acuerdo del bloque sudamericano con la Unión Europea estaba muy cerca, y que se abría “una ventana de oportunidad para ingresar a un mercado en el cual no se compite por precio, sino por calidad”. Tras cinco años de indefiniciones, el presidente brasileño Luiz Inácio Lula da Silva dijo el pasado mes de junio que el Mercosur “está listo para firmar el acuerdo de comercio con la UE”.
Lo cierto es que entre aquellas declaraciones realizadas por un funcionario argentino en la Estación Belgrano de la ciudad de Santa Fe y la reciente afirmación del mandatario del país vecino, permaneció constante un escenario de sobrevaloración política en cada anuncio, que contrasta con la falta de concreciones de un acuerdo desafiado desde el comienzo por múltiples y heterogéneas posturas.
Para LT9, analizó este tema la especialista en Política Comercial Externa, docente e investigadora de la Universidad Nacional de Rosario, Julieta Zelicovich.
¿Qué factores han ralentizado el proceso de negociación entre el Mercosur y la UE?
Este tratado de libre comercio se empezó a diseñar en la década de los 90, en ese momento, muy a la medida de las necesidades europeas, y pronto se encontró con dificultades que tienen que ver con un Mercosur muy competitivo en sectores productivos muy sensibles para los europeos y al revés, una UE muy competitiva en rubros productivos clave para los miembros del bloque sudamericano. En 2019 se alcanzó un “acuerdo en principio” que es una suerte de entendimiento diplomático en el que, en lo sustancial, la negociación estaba concluida. De ahí en adelante acontecieron sucesos que cambiaron la perspectiva sobre cómo integrarse en el mundo y la UE aprobó el paquete ambiental llamado Green Deal para enfrentar el cambio climático y lanzó nuevos lineamientos para el establecimiento de políticas comerciales. El parlamento europeo revisó el acuerdo anunciado poco antes de la pandemia incorporando un documento adicional con exigencias en materia ambiental que los miembros del Mercosur vieron como virtuales barreras para-arancelarias. Esos anexos además establecían eventuales sanciones para casos de incumplimiento del acuerdo, lo cual no generó un escenario próspero. La primera respuesta vino dada por Brasil, que con el retorno de Lula al gobierno, planteó la necesidad de revisar los compromisos referidos a compras gubernamentales. En la actualidad se percibe una intención mayoritaria de los actores del Mercosur de arribar a un acuerdo definitivo, pero el problema se centra en el lado europeo, porque los sectores agrícolas de la UE ven un riesgo de perder mercados, y porque los grupos ambientalistas presentan una fuerte resistencia. En la actualidad, si se diera un acuerdo diplomático, es muy difícil que el mismo consiga el aval de cada uno de los parlamentos de los países miembros de la Unión Europea. Es decir, la firma del acuerdo por parte de los gobiernos, no garantiza que se avance rápidamente con el proceso de ratificación.
¿Qué motivó este año el regreso del acuerdo a la agenda del Mercosur y la UE?
Hay algunos aspectos que resultan clave. Uno es la finalización del mandato negociador de las personas de la Comisión Europea que están a cargo del seguimiento del tema. Estos negociadores buscan mostrar logros y procuran cerrar el acuerdo antes de finalizar sus gestiones y eso le ha dado un poco de dinamismo a la negociación. El otro punto es
que en noviembre próximo, Brasil será anfitrión del G-20 con el deseo de tener la foto con acuerdo incluido. Al respecto, soy bastante escéptica y veo varios elementos de tensión pendientes de tratamiento. Lo que hace falta es mayor institucionalidad, a través de algún mecanismo que garantice la continuidad del intercambio para anticiparse a los problemas o resolverlos de manera inmediata a su surgimiento. Hoy no es un acuerdo justo, hoy el Mercosur tiene menos ventajas que la UE, y se hace necesario balancearlo. Esa es una tarea difícil de encarar si faltan mecanismos institucionales. De fondo, sigue faltando un buen acuerdo, si tarda mucho no importa mientras sea un buen acuerdo que pueda resolver los problemas de comercio y desarrollo.