— Mariano Colombo
El antecedente histórico que conviene tener en cuenta para analizar los sucesos actuales, originados hace casi una semana con la primera oleada de ataques israelíes a Irán, remite al año 1979, durante el cual el país islámico rompe relaciones diplomáticas con Israel y se declara en abierta confrontación con Estados Unidos.
Y en la historia más reciente, cabe señalar que en abril del año pasado, Israel atacó el consulado iraní ubicado en Siria, momento a partir del cual se reavivaron las tensiones, algo contenidas por el momento político distinto que experimentaba EE.UU. si se tiene en cuenta que su gobierno era ejercido todavía por el demócrata Joe Biden.
El jueves 12 de junio a la noche de Argentina, madrugada de Irán, se tenía noticia de los ataques israelíes en territorio iraní, con una relativa sorpresa en la opinión pública internacional, pero siendo algo bastante previsible entre los especialistas en conflictos mundiales y particularmente, entre los investigadores y analistas sobre Medio Oriente.
El plan israelí se empezó a ejecutar poniendo como blanco instalaciones militares y plantas de tecnología nuclear, reviviendo la doctrina de guerra preventiva instaurada por George Bush (h) tras los ataques terroristas del “11 S”.
Durante las primeras incursiones de hace casi una semana, el ejército israelí dio muerte a varios mandos militares y científicos nucleares iraníes, asestando un duro golpe al corazón del proyecto nuclear de la autodenominada República Islámica, momento a partir del cual la tensión internacional fue en incesante aumento debido al peligro real de una ampliación geográfica de la crisis.
Inmediatamente, el Ministro de Asuntos Exteriores iraní, Abbas Aragchi, instó al Consejo de Seguridad de la ONU a frenar la escalada. Ése órgano, objeto ya de un largo y estéril debate, cuenta con quince países miembros, pero solamente cinco de ellos ostentan su poder de veto: EE.UU., Rusia, China, Francia y Reino Unido.
Eso explica la tibia respuesta dada inicialmente por dicho consejo, no logrando ir más allá de una ingenua declaración de deseo al reclamar a Israel e Irán que reduzcan el nivel de confrontación y prioricen algún canal de contacto o mediación.
En el escenario contemporáneo, EE.UU. afianzó su alianza estratégica con Israel, mientras que Rusia y China tienen diferentes intereses comunes con Irán, que sugiere de todas las maneras imaginables querer ingresar al “club nuclear” integrado justamente por EE.UU., Israel, Rusia y China; más Francia, Reino Unido, India, Pakistán y Corea del Norte.
En ese contexto externo es que Israel resuelve el ataque a Irán. Pero no menos importante es considerar su situación doméstica, con una crisis política marcada en gran parte por el desgaste del Ejecutivo en medio de la guerra en Gaza, al borde de las elecciones anticipadas, con un oficialismo que ve cada vez más complicado el calendario previsto con comicios fijados para finales de 2026.
Por el lado de Irán, su presidente Masoud Pezeshkian, atinó a sacar un comunicado diciendo que “el final de esta historia lo escribirá su país”, mientras que el líder supremo Ali Jamenei, lanzó que habrá un destino “amargo y doloroso” para Israel.
Yendo al panorama interno iraní, el país atravesó por distintas protestas desde 2022, marcadas en parte por el malestar que conlleva la situación económica derivada del encadenamiento de sanciones económicas internacionales, a lo que hay que sumar la muerte por la caída del helicóptero del anterior presidente, Ebrahim Raisi, hecho que agregó otra fuerte dosis de inestabilidad.
La configuración de este conflicto arroja un pronóstico pesimista si se espera una rápida opción de paz. Al contrario, el intercambio bélico ha continuado con víctimas civiles, con la denuncia de Irán de la participación estadounidense en el ataque a su territorio, y con la amenaza abierta de Trump de declarar una ofensiva si Irán ataca alguna posición estadounidense en cualquier parte del mundo.
El domingo pasado León XIV pidió rezar por Medio Oriente, pero también reclamó un diálogo inclusivo por la paz en Myanmar, recordó a las casi doscientas víctimas de la violencia en Nigeria y a los crímenes en Sudán, entre ellos el de un párroco asesinado en un atentado.
Habría que agregar otros puntos calientes como República Democrática del Congo, Ucrania, el celo entre las dos Coreas, las tensiones recientes entre India y Pakistán, y en general, el drama humanitario internacional con muertes de civiles y desplazados cada vez más desprotegidos.
Los sucesos desatados hace pocos días en Medio Oriente, no hacen más que recordar las crudas palabras pronunciadas por Francisco más de diez años atrás, cuando advirtió por una especie de “guerra mundial por partes”.