
A lo largo de los años, en una especie de fórmula discursiva que conlleva sus legítimos argumentos, cada domingo de elecciones es considerado como una fiesta de la democracia.
Pero en 1995, en Santa Fe, el desarrollo de los acontecimientos surgidos inmediatamente después de las elecciones provinciales, no dieron precisamente motivaciones para ninguna celebración.
El decreto de marzo de ese año formalizaba el llamado a los comicios del 3 de septiembre, para elegir entre otros cargos, al gobernador de la Provincia para el período 1995-1999.
Últimos años del siglo XX, internet no se había masificado, pero la informática ya progresaba vertiginosamente como herramienta para el procesamiento de la información, tarea para la cual se contrató a la empresa ENCOTESA.
El marco normativo electoral estaba centrado fundamentalmente en la Ley de Lemas, un sistema de doble voto simultáneo mediante el cual, en un solo día de elecciones, se jugaba tanto la interna de cada lema como la carrera entre los partidos con aspiraciones a llegar a la Casa Gris.
En la campaña proselitista, el pulso de la calle señalaba a tres candidatos que se destacaban entre una amplia oferta de lemas y sub-lemas: Horacio Usandizaga por la Alianza Santafesina, y Héctor Cavallero y Jorge Obeid por el PJ, este último, respaldado por el gobernador Carlos Reutemann, quien transitaba el último año de su primera gestión.
Transcurrida la jornada electoral, durante la noche del 3 de septiembre, en el Salón Blanco de la Casa de Gobierno se veía una gran pantalla en la que se proyectaban las categorías y distritos electorales, sin que aparezcan números de ninguna clase.
Cuando el clima de tensión fue cambiando al de un papelón nacional, se dio a conocer escuetamente que se había caído el sistema, y que, al menos por esa noche, no sería posible transmitir datos oficiales.
Desde ese momento se mezclaron la confusión y la sospecha, en una dinámica en la que crecían las acusaciones de referentes obeidistas sobre un presunto intento de manipulación de los resultados por parte del gobierno nacional de Carlos Menem a favor de Héctor Cavallero.
El lunes 4 de septiembre, de noche, Reutemann leyó el anuncio del paso automático al escrutinio definitivo, tarea que se inició dos días después en el Distrito Militar Santa Fe, hoy Liceo General Manuel Belgrano.
En la calle la gente se expresaba repartida entre la sospecha, la sorpresa, la incertidumbre y la indignación.
Y en el distrito, donde debió constituirse la Secretaría Electoral, uno de los más requeridos era el presidente de la Corte Suprema y titular del Tribunal Electoral, Decio Ulla, quien a cada consulta reaccionaba negando enfáticamente la posibilidad de fraude y atribuyendo el problema a un fallo de la tecnología. En su visión, el programa de ENCOTESA no era compatible con la complejidad de la Ley de Lemas, para poder llevar delante de manera adecuada la transmisión de los datos del escrutinio provisorio.
Mientras tanto, en los primeros días, la tarea de recuento definitivo conformaba una escena caótica. Las que estando vacías, parecían amplias instalaciones, súbitamente quedaron abarrotadas de empleados de la Secretaría Electoral, fiscales, candidatos, autoridades, y personal de seguridad.
El –joven– secretario electoral, Avelino Lago, debió lidiar con la tensión de las autoridades del ejecutivo y de la justicia electoral, con la presión de los partidos y sub–lemas, y con las interminables solicitudes periodísticas a las que respondía siempre con una predisposición admirable.
En esa atmósfera enrarecida, y ante los crecientes rumores, una mañana decidió hacerse presente el propio Héctor “Tigre” Cavallero, resuelto a hacer público su pedido al gobernador para que “los pícaros” que alentaban sospechas, “la cortaran”.
Así, desde el accidentado inicio del escrutinio definitivo, pasó más de un mes sin que se conozcan los datos.
Y el día esperado llegó con relativa sorpresa, cuando se agilizó el trabajo en el tramo final, porque la diferencia numérica iba resolviendo la elección.
A media mañana del martes 10 de octubre, 37 días después de las elecciones, se empezaron a escuchar los cánticos que anunciaron la definición: había triunfado la fórmula del lema justicialista, Jorge Obeid – Gualberto Venesia.
El bullicio en el lugar era importante, se quedaban festejando los ganadores mientras se retiraban los fiscales, apoderados y dirigentes del resto de los sub–lemas. Y en ese instante, Rubén Mehauod, electo diputado, y uno de los colaboradores más cercanos del aún intendente de Santa Fe y desde aquel día gobernador electo, lanzaba su frase: “el pez por la boca muere, no vaya a ser que el tigre muera por las uñas”.
Después de varias semanas de tensa espera, el área de ceremonial de la Provincia por fin podía programar la ceremonia de jura del gobernador electo. Y el 11 de diciembre de 1995, Jorge Obeid juraba para su primer mandato como gobernador.
En su discurso ante la asamblea legislativa, el flamante mandatario se preocupó por mencionar expresamente la fecha de aquellos comicios, cuyo escrutinio provisorio nunca fue informado.
De esa manera, terminaba el capítulo que marcara un momento institucional muy delicado en la Provincia de Santa Fe, a pesar de lo cual, la ley de lemas, seguiría con vida por dos elecciones más para gobernador (1999 y 2003).
El sistema electoral de doble voto simultáneo fue derogado en el año 2004. Probablemente, ése haya sido, aunque con retraso, el digno corolario de la crisis desatada por las pantallas en blanco de la noche del domingo 3 de septiembre de 1995.
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